Luis Doncel (EL PAİS)
España mira con una mezcla de preocupación y sorpresa el nacimiento en Alemania del movimiento de marcado carácter islamófobo Pegida. Al contrario que en la mayor parte de Europa, en España no triunfa ningún gran partido populista que viva del rechazo a los inmigrantes ni ha vivido manifestaciones como las de los últimos lunes en Dresde. Las encuestas realizadas por la propia comunidad musulmana, que supera los 1,5 millones de personas en un país de 46 millones, muestran que los afectados consideran que la convivencia en este país no es perfecta, pero sí relativamente buena.
España ya ha tenido que enfrentarse a los golpes del terrorismo islamista. En la mañana del 11 de marzo de 2004, Madrid sufrió el segundo mayor atentado perpetrado por los yihadistas en Europa. Las bombas en cuatro trenes de cercanías dejaron 192 muertos y 1.858 heridos. Tras esta tragedia, más de dos millones de personas -una de las mayores manifestaciones en la historia del país- recorrieron las calles de la capital para protestar contra la matanza, tal y como hace unos días ocurrió en París. Pero los atentados de Al-Qaeda no provocaron una ola de islamofobia o ataques a mezquitas.
Los españoles han empezado a oír hablar de Pegida después de años en los que la mayor parte de las informaciones que llegaban de Alemania giraban en torno a la figura de la canciller Angela Merkel. Tanto para bien como para mal. Los medios de comunicación más a la izquierda llevan tiempo subrayando el daño que causan al sur de Europa sus políticas de austeridad, mientras que los más conservadores alaban a la única líder europea que ha sobrevivido desde el inicio de la crisis del euro y que ha sabido manejar los tiempos siempre a su conveniencia.
Pero de repente, Alemania –el país del que todo el mundo recuerda las emocionantes imágenes de los heroicos ciudadanos de la RDA cruzando el recién derrumbado Muro de Berlín hace un cuarto de siglo y que se ha esforzado en pedir perdón por los crímenes cometidos durante el régimen nacional-socialista- se convierte en un foco de preocupación, con una parte de su población lanzándose a los brazos de un grupo abiertamente xenófobo. Es cierto que el ultraderechista Frente Nacional ganó en Francia las últimas elecciones europeas y que en toda la UE ganan fuerza los partidos ultras, pero Alemania parecía al margen de todo esto. Y las imágenes de ciudadanos de todas las edades y condiciones sociales enarbolando banderas alemanas, clamando contra la supuesta islamización de Occidente y contra la “prensa mentirosa”, un concepto que ya utilizaban los nazis, resultan poco tranquilizadoras para gran parte de la población.
Pero el interés ante este fenómeno alemán proviene de todos los sectores. También de aquellos que defienden a Pegida como el revulsivo que Europa necesitaba para impedir que los musulmanes impongan la sharía en nuestros países, como sugiere la última novela del escritor francés Michel Houellebecq. En las noticias sobre Pegida colgadas en las ediciones web de los diarios abundan los comentarios que defienden a los autodenominados “patriotas europeos” y critican a los periodistas por tildar al movimiento comandado por Lutz Bachmann de xenófobo. Algunos comentaristas conservadores insisten en que las marchas de Dresde son pacíficas y solo piden respeto para la cultura judeo-cristiana.
Atentados como los que sufrió la revista francesa Charlie Hebdo el 7 de enero avivan la llama de la islamofobia. Estas voces recuerdan que los problemas de convivencia no se circunscriben a las calles de Dresde –una ciudad donde, curiosamente, el porcentaje de musulmanes es mínimo- y que tantos las sociedades europeas como las comunidades musulmanas deben plantearse cómo reconstruir los puentes rotos.